"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 3 de marzo de 2016

"Con otra mirada"



















 Paula se sentó en un banco a observar el paso de la gente.
Había huido de su apartamento para no caer en la lamentable desesperación de lamerse las heridas. Estaba cansada de escuchar de sus amigas la manida frase de “Peor para él, tú vales más” o vislumbrar miradas de conmiseración en los compañeros de trabajo. Había corrido como la pólvora la noticia de la ruptura con Javier y casi podría jurar que no había contacto de Facebook o Twiter que no lo supiera.
¡ Ella, que odiaba ser el centro de atención, que hasta pasaba vergüenza si le cantaban en público “Cumpleaños feliz”!
Habían sido la “pareja perfecta”, los más guapos de la pandilla, los más afortunados por contar con un curro de alto nivel, los propietarios de sus propios pisos...
Notó que los hombres, al pasar, se detenían con disimulo a mirar sus largas piernas morenas y sus brazos torneados por el tenis. El vestido le cubría bastante poco y sus formas eran sexy, lo tenía claro; sin embargo, Javier se había largado con una chica algo mayor, con “la cabeza bien puesta”, según sus palabras de despedida y más fea que picio. La conocía porque era su secretaria – un tópico, pero así había sido- y ahora resultaba que aquel ser anodino que no se había merecido jamás ni una mirada de soslayo por su parte, se había quedado con el trofeo de un abogado de metro noventa, ojos verdes y cuerpo de infarto.
No sabía si sentir rabia o vergüenza. Quizá si ella hubiera estado a su altura o la hubiera superado, lo llevaría con menos indignación, pero ¡ cambiada por aquel esperpento! Y, no obstante, Javier lucía en sus nuevas fotos de la red con una sonrisa orgullosa, llevándola del brazo.
En el banco de enfrente se sentó una pareja que no atrajo su interés en lo más mínimo hasta que ella frunció el ceño con un gesto de dolor y él se acuclilló a su lado y comenzó a hacerle carantoñas. Solícito. sacó un botellín de la mochila que portaba y le entregó un analgésico que ella tomó con sonrisa trémula; después él entrelazó sus manos y la besó en una mejilla con una ternura abrumadora.
La envidia que sintió la “convidada de piedra” fue feroz, le atenazó las entrañas y se metió de lleno a observarles cual si fuera una espía.
Los gestos de veneración del hombre eran auténticos y la respuesta de ella, automática. Estaban enamorados hasta los huesos. Rondarían ambos la cuarentena; él tenía panza cervecera y entradas que disimulaba con el pelo muy rapado; vestía un simple chándal sin marca y zapatillas anticuadas. A ella le sobraban kilos en la cintura y los pechos; unas mallas negras cubrían sus piernas y una camiseta demasiado estrecha para su volumen, el torso; sólo su pelo era hermoso, de un negro carbón y con bucles hasta la cintura.
El tipo aquel atrajo a la mujer de sus sueños contra su cuerpo y cercó su cintura para que descansara la cabeza en su hombro.
De repente la miraron los dos. Él sin inmutarse. Como si no estuviera. Ella, con un matiz de envidia al reconocer su vestido de marca, sus sandalias de tacón y su moreno de playa.
Le pareció que una ligera vacilación de inseguridad se adueñaba de la mujer, y eso que el tipo que la abrazaba en ningún momento se interesó por ella.
Paula cruzó sus ojos con los oscuros que la estudiaban y acalló las ganas de decirle “¡Pequeña idiota, no ves que con todo mi glamour, tú eres más afortunada que yo?”.
A cambio, se incorporó del banco, saludó un “Buenas tardes” que dejó confusa a la otra, y se alejó despacio, rumiando su desesperanza.
No había aprendido la lección con la secretaria y acababa de hacerlo con dos desconocidos. El amor no “toca” con sus flechas de Cupido a los hermosos y ricos como en las novelas. ¡Para nada! El muy capullo se vendaba los ojos de verdad y disparaba al azar, prefiriendo a una insulsa pareja con ropa de mercadillo y pasaba de largo frente a ella.
Paula, la más “in” , no dejaba de ser a última hora la más insignificante de los mortales. Le dolió la lección, pero tomó nota:
No juzgar por la apariencia. No pensar que la vida era una película romántica. No desdeñar al prójimo.
De camino a su casa fue captando los rostros con que se cruzaba, obsesionada ahora por averiguar si sus gestos transmitían sentimientos o eran neutros, como ella prefería mostrarse...Descubrió que la mayoría reflejaban lo que su cabeza ocultaba: alegría, amargura, serenidad... Otros se escondían bajo una mascara de fría indiferencia, los menos.
Mientras subía las escaleras de mármol veteado de su portal se hizo una promesa: a hacer puñetas Javier y su secretaria; pero también sus aires de grandeza. Iba a empezar a portarse como un ser humano normal, con debilidades y esperanzas. ¡A ver si el maldito destino le lanzaba la pelota correcta y podía averiguar qué era eso que sentía la pareja del banco!


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