"Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta podría quedarse en el tintero" (D. H. Lawrence)

jueves, 23 de marzo de 2017

"Hoy comienza la primavera"

Desde hace unos meses vivo en un infierno del que no sé cómo escapar. Hoy empieza la primavera, ha dicho alguien mientras aguardaba la llegada de la psicóloga que me atiende una vez al mes y una mueca sarcástica se ha dibujado en mi rostro. Tengo veintidós años recién cumplidos; mi ultima fiesta de cumpleaños fue una sorpresa que mis padres me tenían organizada cuando llegué de la universidad; somos cristianos pero estaban invitados también nuestros amigos árabes y resultó maravilloso comer y beber al son de las melodías que a todos nos entusiasmaban. En esos días ya circulaba el temor, los murmullos...La televisión contaba cómo se estaban complicando las vidas de los libios y los egipcios y daba un cierto pavor que esas calles llenas de tumultos que nos mostraban fueran un día las nuestras...Pero vivíamos bien, mis hermanos y yo estudiábamos, mi madre atendía nuestra casa y mi padre trabajaba para una industria farmacéutica. Somos de Alepo, una ciudad bella entre las bellas. Disfrutábamos de electrodomésticos, un auto, vacaciones en la playa, pequeños lujos...Como tienes tú.
Después de ese cumpleaños mi padre perdió su empleo porque la empresa cerró; mi madre tuvo problemas para abastecerse en el mercado y nos prohibieron a mis hermanos y a mí salir de casa porque las calles dejaron de ser seguras. Nos trasladamos a una pequeña aldea de la que mis abuelos habían emigrado para proporcionarle un buen futuro a mi padre y durante varios meses conseguimos sobrevivir de lo que daba la huerta y una cabra que mi padre cambió por su reloj suizo. El problema fue que la población de la aldea era mayoritariamente árabe y una noche vino un grupo de jóvenes alborotadores y nos quemó la casa. Logramos salir vivos gracias a la intercesión de un viejo amigo de mi abuelo, pero tras entregarnos un paquete con comida nos conminó a marcharnos de allí. Alguien le había dicho que una organización humanitaria ayudaba a la gente “como nosotros”. Recuerdo que me eché a llorar cuando escuché esa sentencia ¿ Y cómo éramos nosotros? ¡Eramos tan sirios como él y los que nos atacaron!
A ese día le siguieron otros y otros y otros...Andando, porque nuestro coche se lo quedaron los que nos atacaron, nos topamos con riadas de gente buscando lo mismo que nosotros, un lugar donde quedarnos. Mi padre fue malvendiendo las cosas de valor que llevábamos cosidas en la ropa, en una búsqueda incesante de calzado que aguantara las piedras del camino y unos abrigos que sustituyeran a los que se nos caían a pedazos...Hubo días en los que no tuvimos nada que llevarnos a la boca y el frío nos traspasó la piel, y otros en los que el calor nos abrasó las cabezas. Al fin conocimos a los que creíamos nos llevarían al paraíso, una gente amable con pegatinas de ACNUR en sus ropas. Nos subieron a un autobús...Y llegamos a Grecia. Yo había leído sobre Grecia, un país maravilloso, plagado de restos arqueológicos, como nosotros teníamos la bella Palmira, con sol, gente amable como éramos nosotros, música y risas...No sé dónde se encuentra esa Grecia. Vivimos en un edifico gris y desconchado en el que el frío del invierno nos ha congelado los huesos, en los que la lluvia se deja resbalar por unos sucios cristales y en los que habita gente de tan malos modos que mi madre nos retiene bajo su falda cada día porque se escuchan historias de violaciones y robos. No sé qué podrían robarnos si la ropa que llevo es prestada, huelo mal y ningún chico con buenas intenciones se atrevería a abordarme.
La psicóloga, una española muy simpática y amable, me escucha con gesto resignado y me alienta a que piense en positivo. Cada mes me pregunta cómo me han ido las cosas y me habla de un posible traslado a un lugar mejor. ¿Mejor? Yo antes, cuando estudiaba, sabía que mejor significa más que bueno. Este sitio no llega a calificarse ni de poco malo ¿ Qué significa para ella mejor? Y que tenga esperanza, que debo salir de mi depresión...Me entran ganas de estallar y gritarle que necesito que me devuelvan mi antigua vida, el color del cielo de mi país, el sonido de su música...Mi antigua habitación. Un baño familiar y no comunitario, compartido por miles de personas que hacen cola para asearse de mala manera.
¿Esperanza? Saber que a pocos kilómetros de aquí la gente vive vidas de verdad, con televisiones, ordenadores, risas, bares..¡Y encima hoy empieza la primavera! Mi estación favorita del año. Sin embargo, lo único que anhelo es cerrar los ojos y dejar de oír que soy una refugiada, que estorbo en todas partes, que somos una molestia para los políticos, para esos que pagaron las bombas que asolan mi tierra.
¿Esperanza? La española debe estar de broma. Porque yo estoy sumida en un sueño macabro pero no soy la protagonista de una serie televisiva ...Simplemente me veo obligada a ser una refugiada.
Una persona que hasta hace unos años era tan normal como tú. 



Este relato lo escribí el pasado lunes, el día internacional de la felicidad, tras escuchar a una cooperante en la radio cómo vivían los refugiados a los que atendía  en Grecia. Da igual en realidad dónde estén, su edad o su género. Sólo he pretendido que no olvidemos que ellos están allí y nosotros aquí pero que las tornas se pueden cambiar para todo el mundo en cualquier momento. He querido remover nuestras conciencias aunque sólo nos dure el instante de esta lectura. 

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